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Ser pareja lingüística ha abierto el ángulo de mi visión más allá de lo que siempre había contemplado

30/11/2020

Los seres humanos vivimos rodeados de fronteras. Fronteras invisibles, creadas sin conciencia, integradas en nuestro quehacer cotidiano de tal forma que ni siquiera nos damos cuenta de que existen. Fronteras emocionales, fronteras culturales, fronteras ideológicas, fronteras económicas… fronteras y más fronteras establecidas como parte integrante de nuestra vida que no aparecen señaladas de ningún modo, pero que determinan los territorios que transitamos y las relaciones que establecemos.

Pero luego están las otras fronteras, las que separan estados, países, y también estatus, económicos y sociales. En esas fronteras se pueden visualizar todas las contradicciones que la humanidad lleva consigo. Al traspasarlas puede uno comprender que nuestro mundo está construido desde el caos y la desigualdad. Las generaciones actuales de ciudadanos y ciudadanas de la Unión Europea podemos desplazarnos libremente por los países que la forman y eso hace que no alcancemos a ver las dificultades que muestran la inmensa mayoría de los pasos fronterizos que limitan el planeta, pero algunos tenemos edad para recordar otros tiempos en los que salir de tu propio estado conllevaba grandes dificultades… dificultades que, sin embargo, no eran nada en comparación con las que deben enfrentar hoy quienes pretenden traspasar la mayor de las fronteras: la Gran Frontera, esa que separa las islas de bienestar, seguridad y libertades colectivas e individuales de eso que se ha dado en llamar el Primer Mundo, de esos otros mundos en los que las cosas son tan distintas.

Nosotros estamos aquí, en el lado bueno de esa frontera. Con nuestras dificultades y nuestras carencias, sí, pero con unas condiciones de vida que resultan inaccesibles para millones de personas y ahí aparece uno de los mayores dilemas morales de nuestro tiempo. De un lado la empatía ante nuestros semejantes, ante esas vidas perdidas en el intento de atravesar la Gran Frontera; de otro, el instinto de protección frente a lo diferente que puede convertirse en amenaza de aquello que tenemos.

Enfrentado a ese dilema, que la demagogia pretende simplificar, pero que en realidad requiere de mucha profundidad, tuve la suerte de recibir la inspiración de mi amigo Gonzalo, del que me separa una frontera ideológica, pero al que me une una intensa vinculación emocional, que me llevó a formar parte de algo que se conoce como pareja lingüística.

A través de las personas de la Fundación Bayt al-Thaqafa, una entidad gestora del Programa estatal de protección internacional, me convertí en pareja lingüística de una persona acogida a ese programa… alguien que tuvo que abandonar su país, su casa, su trabajo, sus amigos, e incluso parte de su familia, por una cuestión de creencias.

Ser pareja lingüística es una actividad muy sencilla. Se trata de darle a alguien la oportunidad de practicar la conversación en una lengua que no es la suya, pero que está aprendiendo a través de cursos establecidos dentro de ese mismo programa de protección. Está claro que una cosa es el aprendizaje de carácter académico, donde se obtienen conocimientos acerca de la gramática, la sintaxis o el vocabulario, y otra muy distinta la aplicación práctica de los mismos. A priori puede parecer absurdo que se requiera de una persona concreta para practicar una lengua que se usa de modo común allí donde resides, sin embargo, la presencia de esas fronteras invisibles a las que me refería al inicio supone más trabas para establecer esas conversaciones de lo que podemos imaginar.

Partiendo de estas premisas se puede creer que el nativo de esa pareja es quien ofrece algo, quien enseña, mientras la persona que está en el programa de protección se limita a recibir… nada más lejos de la realidad. La persona con las que comparto esas conversaciones, Gufrán, de la que me separan tantas cosas, incluso la edad, no deja de aportarme conocimientos acerca de su cultura, del modo en el que la vida se afronta en su país, Pakistán. Con él aprendo que muchas cosas que suceden aquí son similares a las que suceden en su país. Que la esencia de la humanidad, en lo cotidiano, en la intimidad de las emociones, es exactamente igual en ambos lugares más allá de las diferencias culturales o religiosas.

En ese aprendizaje mi mente encuentra nuevas perspectivas, no sólo al respecto de aquella información que Gufrán aporta desde sus conocimientos y sus experiencias, sino también a mis propias estructuras internas, a todo lo que he ido sumando a lo largo de la vida y ha acabado por constituir mi propio ser. Frente al espejo de un semejante tan distinto, mi propia imagen adquiere matices diferentes, matices que abren el ángulo de mi visión más allá de lo que siempre había contemplado.

Ser pareja lingüística es un gran regalo de la vida…

 

Autor: Jorge Larena

Voluntario de los Equipos B del Programa de Acogida temporal a familias solicitantes de protección internacional.

Contenido relacionado: La historia de Gufran.

Bayt al-Thaqafa gestiona el Programa de Acogida temporal a solicitantes de internacional como miembro de la federación Red Acoge. El programa está financiado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y el Fondo Social Europeo.

 

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